La última vez que me sentí plena
y feliz me encontraba totalmente ignorante de la realidad. La vista al exterior
estaba oculta tras cortinas de papel y estrellas naranja. Pude estar en riesgo
de morir sin saberlo o sin importarme. Nada existía fuera de esas tinieblas
rojas.
Era una aventura y yo tenía una
cámara réflex en mis manos, me convertía en un nuevo miembro en esa entrañable familia.
Yo hacía arte, escuchaba risas y
me descubría siendo musa de mi misma. Por eso ignoré mi taquicardia y la
fiebre. Ignore las nauseas, de hecho, desaparecieron. Todo se desvaneció.
El amanecer y unos ojos tristes
pronunciando la palabra “dolor” me llevaban de regreso a la realidad sin
retorno incluso hasta ahora.
No dormí ni soñé. Llovía y no era
inspirador. Hacia frio. La presión arterial parecía irse de mí hacia esa cruda
realidad para caerme después de golpe. La sonrisa seguía, ya con un dejo de
tristeza en mi rostro adormecido. La verdad era que comenzaba a sentirme
profundamente miserable.
El dolor de mi corazón profesaba
en querer regresar a ese anhelado momento que fue y ya lo había perdido para
siempre, por lo que me provocaba un dolor insoportable.
Poco a poco llegaron otros
malestares. La contracción muscular en las piernas, el cuerpo cortado, débil,
pero aún con el ánimo de gastar energía que no tiene.
Se iban mezclando los sentires
con los que también dejó mi consumo de ron. Sin embargo, lo que más recuerdo
ahora es mi baja presión y mi irritabilidad emocional.
El cansancio me llegó ya hasta la
noche. Siempre pasa así, de pronto me llega el sueño y caigo inmediatamente
dormida en la cama.
Al día siguiente aun sentía esos
efectos posteriores e incluso me dio fiebre, el dolor muscular me perduro
varios días más y la depresión ahí sigue, pero esa, ya es mía de por sí.
Más bien, esas pequeñas y bellas
píldoras amarillas triangulares son las causantes de mis momentos de dicha, no
de los de miseria. El ron fue solo un flojo inicio para la velada mágica.
Aquel momento en que con tanta
dedicación hicieron polvito mágico amargo y lo mezclaron creativamente como si
azúcar fuera con jugo de arándano, yo
dudé un poco de mi resistencia. ¿No ha sido demasiado ron ya? ¿Soportaré aún
estos shots de enamoramiento? Terminé tomando dos pequeñísimos vasos con la sustancia maravillosa.
Fue como un ritual. Desde la
minuciosa tarea de hacer el polvo para que la sustancia rinda, preparar las
bebidas y luego repartirlas con una hermosa sonrisa. Los que aceptamos nos
miramos de reojo sólo para identificar quien se había unido.
Yo los bebí de un solo trago.
Nada cambia en la conciencia, nada
parece diferente frente a tus ojos. Todo es natural; hablar, bromear, reír, esa
necesidad de moverte, de hacer algo, lo que sea.
Jugamos y reímos, ese no era un
loco ambiente antrero, era una guarida y una reunión bastante íntima. Y fue en
un momento que el ritmo de todo pareció alentarse, que descubrí un movimiento
ansioso en mi pierna y respirar se estaba convirtiendo en algo conflictivo. Básicamente
lo lograba sólo a base de suspiros.
En cuanto a la cámara fotográfica
estuvo en mis manos y comencé a moverme fue que mis males se fueron.
Empatía, mucha empatía. Risas,
sonrisas y mucha felicidad, es más, hasta hermandad. Ese sentir de una conexión
tan sincera por aquellas carismáticas personas que acabo de conocer o que
conozco poco, nunca sentirse extraña, fuera de lugar o excluirse uno mismo por
timidez, como regularmente ocurre.
De todo aquello resultó arte
imprudencial bajo un foco rojo, donde además existió la suficiente confianza y
buena vibra como para quitarse la ropa y posar como modelos profesionales y de
talento natural.
No me puse a repartir afecto,
abrazos y besos porque no traía una dosis más alta encima, ahora lo sé.
Simplemente, el amanecer nos alcanzó
muy rápido.
Después de aquel día, entre mis
dolores físicos y emocionales, no hay momento que no siga recordando tanta
felicidad que viví y tantas ilusiones que revivieron a partir de ahí. Ahora
recuerdo y tengo presente que tengo aún mucho que vivir para que sea relatado,
como esto que leen ahora, tan breve. Que no tengo solo porque escribir ficción
o fantasía de aventuras inexistentes para mí. No, aún queda mucho para que yo
viva y cuente, surfeando en días y noches de aventura.
Recuerdo ahora también que deseo
tener una cámara, compruebo que tengo algún talento y que incluso aunque no lo
tuviera, tomar fotografías me hace feliz y punto.
Conocer gente, conocer historias,
compartir y reír juntos aunque sea un momento.
Todo eso me llena de ilusión y de esperanza para ser yo misma y seguir
volando no sola, sino conmigo.
Sí, el éxtasis ayudó… ¿éxtasis?
No, mejor como cuando se usaba en las terapias para curar el alma: Empatía. Y con
un octavo me basta, firmo y me responsabilizo.
Sí, lo acepto, con todo y sus
dolores posteriores. Como dicen por ahí:
Me
Divierto
Mas
Ahora
30/06/2012